HEROES SILENCIOSOS




Por Leandro Sosa Abrile

Llueven papelitos desde la tribuna. Las palmas de los aficionados revientan unas con las otras transformĂĄndose en el aplauso mĂĄs ensordecedor que pudo haber escuchado las tribunas de ese estadio. EstĂĄn por aparecer los protagonistas. La terna inaugura el tĂșnel y los equipos se enfilan detrĂĄs de los hombres de negro, listos para jugar el partido mĂĄs importante de la historia. Nacho, el ĂĄrbitro principal, frena en la boca del tĂșnel para agarrar con sus manos la pelota, y de pronto la sensaciĂłn lo deposita en su dormitorio, sentado en la cama, esperando los mates de su vieja, la Esther, mientras hace zapping buscando algĂșn resumen del partido que acaba de empatar Belgrano. Si su vieja lo viera, ahĂ­, a punto de dirigir ese partidazo… Nachito deja de pensar en los mates, y vuelve al partido, mientras en su cara se dibuja una sonrisa cĂłmplice: si supiesen Fabricio y el Colo Peressini lo bien que se vio el partido de la B en Coritiba. AlgĂșn dĂ­a les contarĂĄ que, desde acĂĄ, desde el cielo, los partidos tienen otra perspectiva, Ășnica, diferente, les dirĂĄ que Ă©l tambiĂ©n viajĂł, gritĂł cada gol y fue testigo de cĂłmo el fenĂłmeno de la B hacĂ­a eco hasta en los periĂłdicos del paraĂ­so, y seguro que en algĂșn que otro del infierno. De paso le preguntarĂĄ al Colo como anda su hija, que debe estar enorme, porque uno se va un año y las cosas cambian hasta de esencia; y le dirĂĄ al Fabri que no sea gil, que no se piense que estĂĄ solo, que Ă©l tambiĂ©n desde acĂĄ hace fuerza para que algĂșn dĂ­a llegue a Primera DivisiĂłn.

Nacho revisa sus bolsillos: tarjeta amarilla adelante, tarjeta roja atrĂĄs, moneda para el sorteo, lĂĄpiz y silbato en mano. Mira de reojo, y por atrĂĄs, una veintena de tipos esperan su ok para salir al campo de juego. Entre esa veintena, el que lo segundea, es Marquitos, ĂĄrbitro de la reserva y primer asistente ahora. Lo mira, y “Wachin”, como le decĂ­an sus compañeros ĂĄrbitros, le devuelve el gesto con su mirada furtiva y seria, que indica que en el partido de reserva tuvo que repartir tarjetas pero que saliĂł todo bien, a pesar de las dos expulsiones, la de Abel y CaĂ­n, una para cada bando. Esos dos que se fueron directo a las duchas, seguro que traĂ­an alguna bronca de antes. Nacho le pregunta si ya estĂĄ listo y Wachin le dice que en un minuto, mientras se tapa la pulsera de la T con la muñequera. No quiere que ahĂ­ en el cielo se enteren que Ă©l es matador, ya tiene demasiado con los retos de San Pedro, que le hace acordar mucho a las cagadas a pedo de Ricardo Olmedo, cuando se la mandaba acelerando la moto, presumiĂ©ndole a su novia. Ni hablar de su vieja, Graciela, de quien extraña los retos y los abrazos, y de su viejo, Eduardo, a quien sigue viendo como su gran modelo a seguir, ahora que le siguen recordando lo iguales que son. QuĂ© dirĂ­an ambos, si se enteraran que acĂĄ arriba la estĂĄ pasando fenomenal, que los estĂĄ cuidando siempre abrazĂĄndolos en cada pensamiento. Wachin, acomoda la muñequera Diadora que le regalo su amigo, el perro Billone, y se anota mentalmente no olvidarse que, cuando termine el partido, de alguna manera debe mandarle una señal para que deje preocuparse tanto por la salud de La Mona. Es que a Wachin, Dios le confirmĂł, en una de las primeras charlas que tuvieron, que al mandamĂĄs del cuarteto todavĂ­a le queda para rato cantando en el Sargento.
Marquitos controla sus tarjetas, enrolla su banderĂ­n y mira a los otros dos integrantes de la cuaterna arbitral: Diego y Juancito. Ambos estĂĄn charlando de Talleres, el club de sus amores, como si estuviesen de paseo, o tomando una cerveza. Wachin les llama la atenciĂłn, pero Dieguito no puede dejar de pensar en lo contento que estarĂĄ su papĂĄDiego con el reciente ascenso de la T. De seguro que Ă©l ya sabe que gritĂł y se abrazĂł en cada gol en las dos categorĂ­as del bendito ascenso. Eso sĂ­, Dieguito no le va a confesar nunca, ni a su papĂĄ Diego, ni a sus hermanas, mucho menos a su mamĂĄ BelĂ©n, que Ă©l tambiĂ©n tuvo algo de crĂ©dito en ese zapatazo al ĂĄngulo del Cholo Guiñazu. Aunque no sepa que a BelĂ©n eso lo pondrĂ­a muy orgulloso, como siempre. 
Dieguito cumple con el mismo ritual de Wachin, controla sus tarjetas, y se esconde debajo de su remera, el collar con el silbato de plata, que se puso con Diego, su papĂĄ, cuando lo comprĂł en una joyerĂ­a del centro. Sabe que, mediante esa silbatito, estarĂĄn unidos para siempre.
Mientras tanto, Juancito, que acaparĂł el reto de Wachin como si fuese el de mamĂĄ Nancy, se mira sus incondicionales zapatillas blancas, y se pregunta si el gringo Stevenott oMonjes lo retaran diciĂ©ndole que el ĂĄrbitro tiene que ir todo de negro, cosa que entra totalmente en contradicciĂłn con los pibes de la famosa banda de la “Sub 20”. Luquitas,Juan David Arce, el Leandro Dominguez, Cabro, el Pochi Ullua y hasta el mismo Dieguito, ya se estarĂĄn riendo, sobretodo porque aquellas zapatillas tambiĂ©n las usĂł en un partido que hizo de asistente en la Boutique, entre las glorias del 78 de la T e Independiente. Las usaba incluso, hasta para levantarse a lavar los platos, tarea que hacĂ­a muy orgulloso sabiendo que su mamĂĄ se iba a dar clases luego de unos difĂ­ciles años de estudiar, recibir y conseguir trabajo de lo que realmente le gustaba hacer. O cuando tambiĂ©n lo hacĂ­a ayudĂĄndole a la cantidad infinitas de tĂ­as, que aun a la distancia, le siguen haciendo el aguante en cada partido junto a su hermana Sol. 
Juancito cierra la preparaciĂłn de la terna atĂĄndose sus cordones, le levanta el dedo pulgar de la mano derecha a Nacho, indicĂĄndole que ya estĂĄ listo para salir. Nacho le devuelve el gesto, y le advierte que tenga cuidado con los bancos, ya que como cuarto ĂĄrbitro va a tener que ser riguroso con los suplentes del equipo de los Inquisidores, que bastante protestones son. El tĂ©cnico, Lucifer, sabe esconder las pelotas cuando van ganando. Wachin y Dieguito, al unĂ­sono advierten a Nacho, que tenga cuidado con el cinco del mismo equipo, un tal Judas, que siempre juega con los codos arribas. Con los buenos no hay problema, siempre colaboran, sobretodo el nĂșmero diez y capitĂĄn, un tal JesĂșs.
Ya los cuatro preparados, abren la puerta del tĂșnel, y la caminata silenciosa les da la bienvenida al partido mĂĄs importante de la eternidad. Se abrazan, se saludan, y empiezan a ser consciente, que a partir de ahora, tarjeta en mano, silbato en boca, en cada partido que necesite justicia, habrĂĄ cuatro ĂĄngeles cuidando al ĂĄrbitro...